DAVID HUME (1711-1766)

filosofia

Se le puede considerar el principal pensador empirísta.

Su filosofía se encuentra a medio ca-mino entre las de Locke y Berkeley, y fue importante sobre todo por la gran influencia que ejerció sobre Kant.

Para él, la única ciencia del hombre es la NATURALEZA HUMANA, y ésta, en contra de lo que comúnmente se cree, tiene bastante más de sentimiento y de instinto que de razón.

Opina que lo que generalmente se ha entendido como ‘RAZÓN INVESTIGADORA’ (fundamentalmente por parte del Racionalismo) no es otra cosa que un instinto que lleva al hombre a aclara lo que instintiva-mente acepta y cree. Insiste Hume en la IMPOSIBILIDAD DE CONSEGUIR LA CERTEZA DE LA DE-MOSTRACIÓN, exceptuando en lo que se refiere a la cantidad y el número.

Teoría del conocimiento

El conocimiento, según Hume, se basa solamente en dos conceptos:

1. IMPRESIONES = Percepciones que penetran con mayor fuerza y evidencia en la conciencia (sensaciones, pasiones y emociones, en el acto en que vemos o sentimos, amamos u odiamos, deseamos o queremos)

2. IDEAS o PENSAMIENTOS = Imágenes debilitadas de las ‘impresiones’.

 

IMPRESIONES E IDEAS

Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distinto a, que yo llamo impresiones e ideas. La diferencia entre ellas consiste en los grados de fuerza y vivacidad con que se presentan a nuestro espíritu y se abren camino en nuestro pensamiento y conciencia.

A las percepciones que penetran con más fuerza y violencia las llamamos impresiones, y comprendemos bajo este nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones, tal como hacen su primera aparición en el alma.

Por ideas entiendo las imágenes débiles de éstas en el pensamiento y razonamiento, como, por ejemplo lo son todas las percepciones despertadas por el presente discurso, exceptuando solamente las que surgen de la vista y tacto y exceptuando el placer o dolor inmediato que puedan ocasionar. creo que no será preciso emplear muchas palabras para explicar esta distinción.

Cada uno por sí mismo podrá percibir claramente la diferencia entre imposible, en casos particulares, que puedan aproximarse el uno al otro. Así, en el sueño, en una fiebre, en la locura, o en algunas emociones violentas del alma, nuestras ideas pueden aproximarse a nuestras impresiones del mismo modo que por otra parte, sucede a veces que nuestras impresiones son tan diferentes que nadie puede sentir escrúpulo alguno al disponerlas en dos grupos distintos y asignar a cada una un nombre peculiar para marcar esta diferencia.

Existe otra división de nuestras percepciones que será conveniente observar y que se extiende a la vez sobre impresiones e ideas. Esta división es en simples y complejas. Percepciones o impresiones e ideas simples son las que no admiten distinción ni separación.

Las complejas son lo contrario de éstas y pueden ser divididas en partes. Aunque un color, sabor y olor particular son cualidades unidas todas a una manzana, es fácil percibir que no son lo mismo, sino que son al menos distinguibles las unas de las otras.

(…) La primera circunstancia que atrae mi atención es la semejanza entre nuestras impresiones e ideas en todo otro aspecto que no sea su grado de fuerza y vivacidad. Las unas parecen ser, en cierto modo, el reflejo de las otras, así que todas las percepciones del espíritu humano son dobles y aparecen a la vez como impresiones e ideas. Cuando cierro los ojos y pienso en mi cuarto, las ideas que yo formo son representaciones exactas de impresiones que yo he sentido, y no existe ninguna circunstancia en las unas que no se halle en las otras. Esta circunstancia me parece notable y aurae mi atención por un momento.

Después de una consideración más exacta hallo que he sido llevado demasiado lejos por la primera apariencia y que debo hacer uso de la distinción de las percepciones en simple y complejas para limitar la decisión general de que todas nuestras ideas complejas no tienen nunca impresiones que les correspondan y que muchas de nuestras impresiones complejas no son exactamente copiadas por ideas.

Puedo imaginarme una ciudad como la Nueva Jerusalén, cuyo pavimento sea de oro y sus muros de rubíes, aunque jamás he visto una ciudad semejante. Y he visto París, pero ¿afirmaré que puedo formarme una idea tal de esa ciudad, que reproduzca perfectamente todas sus calles y casas en sus proporciones justas y reales?

Por consiguiente, veo que, aunque existe en general una gran semejanza entre nuestras impresiones e ideas complejas, no es universalmente cierta la regla de que son copias exactas las unas de las otras. Debemos considerar ahora qué sucede con nuestras percepciones simples. Después del examen más exacto de que soy capaz, me aventuro a afirmar que la regla es válida aquí sin excepción alguna, y que toda idea simple posee una impresión simple que se le asemeja, y toda impresión simple una idea correspondiente.

(HUME: ‘Tratado de la naturaleza humana’)

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