Las categorizaciones y la necesidad de diferenciar
El lenguaje nos dice mucho sobre cómo dividimos el mundo.
En la mayoría de casos, nuestras expresiones ponen en evidencia la concepción de un mundo donde las otras personas son percibidas siempre desde la diferencia.
Este hecho hace que tengamos constantemente que categorizar a quienes nos encontramos, y que nuestra forma de captar el mundo sea, en esencia, una división de todo lo que nos rodea (también la personas) por lo que las exclusiones son, incluso, necesarias en nuestro proceso de aprendizaje.
Con todo, eso no implica que tengan que ser discriminatorias. En la mayoría de las veces, este hecho se resuelve valorando a las personas por quiénes son y no por “qué son” bajo la “cosificación” de las mismas (discapacitadas, negras, mujeres, hombres, etc.). La pregunta sobre el “quién” suele ser más compleja que la del “qué” y, por tanto, más justa con la persona y menos estereotipada.
Pero, ¿cómo generamos tantas realidades estereotipadas?
Como ya apuntábamos con anterioridad, los estereotipos no son más que estados de opinión que crean categorizaciones y que divide a las personas por grupos. Todo ello, aplicando acciones basadas en un triple planteamiento (Tajfel, 1969).
En primer lugar, a través de un juicio comparativo de rasgos personales. En segundo lugar, a través de una clasificación en grupos concretos y, por último, de una simplificación de la “realidad” con una tendencia a exagerar las diferencias entre grupos considerados “distintos” y a minimizarlas dentro de grupos que se consideran “iguales” (García & Leva, 2008, p. 21).
Hecha la reflexión que, tanto en este tema como en los anteriores, hemos hecho sobre las implicaciones del lenguaje, veremos a continuación algunas prácticas que podemos usar para ser más incluyentes y personas menos discriminatorias en nuestros discursos.