Barreras de comunicación

Parece que todo mundo habla igual (me refiero al mundo del castellano, ahora conocido globalmente como español) pero no es así.

 

Va de cuento: Estando de viaje en Buenos Aires, Argentina, fui a un famoso restaurante: El Palacio de la Papa Frita; comí como un bendito degustando todo lo que el mozo me servía. Cuando me pregunto qué deseaba de postre, le contesté: crepas de cajeta, por favor. ¡Nunca lo hubiera hecho ni dicho!, los comensales a mi alrededor y el propio mozo pusieron una cara de incredulidad y de alarma como si hubiera dicho algo muy grave. Yo no lo sabía, la palabra cajeta es una de las palabrotas más feas del castellano argentino. Lo correcto es decir leche quemada.

Pero no hay necesidad de ir hasta Buenos Aires, para encontrarnos que en México y dependiendo del estado, una palabra no significa lo mismo: en la ciudad de Villa hermosa, Tabasco, estuve en la casa de un entrañable amigo (excelente vendedor nato), y al estar a la mesa una amiga de la familia se dirigió a mi diciendo: ¿te presto $20.00? a lo que contesté, no gracias. Ella insistió ¿te presto $20.00? Mi amigo intervino en la preguntita y me aclaró que en Villa Hermosa "te presto" significa "me prestas". Le di el dinero a su amiga (porque ella no tenía cambio) y santo remedio, todo terminó en paz.

Bueno, tampoco hay que ir a Villa Hermosa para encontrarnos con barreras de comunicación; en el mismo Distrito Federal las palabras no significan lo mismo. Hace algunos años atrás y siendo profesor en la Universidad Anáhuac, estaban sentadas, en las escaleras que conducen al edificio donde impartía mercadotecnia, dos de mis alumnas y me llamó la atención que ambas se decían «guey»: oye guey, te hablé ayer en la noche y no me contestaste, ¿dónde estabas guey? No lo podía creer, la palabrita guey la empleaban las personas de la peor calaña en mis tiempos de jovencito. Ahora resultaba que guey era una palabra amistosa cuyo sinónimo era amiga, cuata, compañera. No cabía duda, ¡Yo, estaba envejeciendo!

 

Las palabras, no siempre significan lo mismo para quien las expresa o para quien las escucha. Por eso resulta muy conveniente que evite órdenes verbales a su gente; todo por escrito. De esta forma se evitará muchos dolores de cabeza y les podrá capacitar, sobre la marcha, que es mejor un papel con la más pálida tinta, que una excelente memoria.

Las principales barreras de comunicación son: las palabras (un mecánico a un cliente incauto: mire jefe, hay que cambiarle la chafaldrana de la espiropeta en la quinta cocorocoy); el idioma (a duras penas hablamos castellano y se nos exige que se hable inglés, o francés, o italiano); los modismos (este carnal es bien chido); la cultura (discurso de un presidente municipal en una población cercana al D.F. a los campesinos de la región: ¡les pido a los agrotenientes que retiren a los semovientes de la cinta asfáltica); el caló; los prejuicios (toda la gente de las comunidades son personas necias e incultas); los esnobismo y extranjerismos: (los medios difundieron que el incendio fue provocado y que se debió a un material altamente flamable (en español no existe la palabra flamable, lo correcto es inflamable).

 

En resumen: que todos en su empresa o negocio hablen el mismo idioma: que todos hagan Grrr, Cuau, Miau o Pio. Con palabras que todo mundo conozca su significado. Aún así no es garantía que uno o varios de sus empleados no acaten sus indicaciones argumentando que se les olvidó. Por ello, no lo olvide: ¡Todo por escrito!

 

Colofón de este capítulo: No me molesta que me digas perro; lo que me molesta es la perra manera de decírmelo.

Reynaldo Andres Serrano Becerril

Profesor de Mercadotecnia, ventas y atención y servicio al cliente en Universidad Anáhuac 1985-2010

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