Nuevos métodos y técnicas para la EIA
Con el paso del tiempo, han surgido nuevas técnicas y métodos para medir la repercusión sobre el medio de determinadas actuaciones, distintas del Estudio de Impacto Ambiental. A continuación se van a resumir algunas de las que tienen una mayor proyección en la actualidad:
A. HUELLA ECOLÓGICA
Desde sus inicios, la humanidad ha sabido sacar del medio ambiente las materias primas que necesita para desarrollarse y reproducirse, y eso ha llevado a que actualmente haya más de 6.500 millones de personas en el mundo. El problema surge cuando una población (y esto vale para todas las especies animales y vegetales) supera el número de individuos que un ecosistema puede acoger sin que escaseen los recursos. A este concepto ecológico se le conoce como “capacidad de carga” y se define como la población de una determinada especie que un hábitat definido puede acoger de manera sostenida y sin sufrir daños.
Todas las actividades humanas demandan recursos de la naturaleza y la disponibilidad de los mismos depende de la capacidad de regeneración que tiene la Tierra. Además, todas estas actividades generan residuos que son devueltos al medio teniendo que ser asimilados y degradados por el mismo.
Por este motivo, es necesario que se conozcan los plazos de renovación natural de los recursos de los que depende el ser humano, para no seguir sobreexplotándolos y evitar así el agotamiento de los mismos. Una técnica que se está utilizando desde hace unos años es la del cálculo de la “huella ecológica” de las poblaciones, que es la inversa de la capacidad de carga, y representa “el área de territorio productivo o ecosistema acuático [entendida como superficie biológicamente productiva] necesaria para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población definida con un nivel de vida específico, donde sea que se encuentre esta área” (Wackernagel y Rees, 1996).
Si la huella ecológica de un país es igual a 1 (expresada en hectáreas globales per cápita) quiere decir que la población de ese lugar consume tantos recursos como su territorio es capaz de producir y produce tantos residuos como su territorio es capaz de asimilar. Si se encuentra por debajo de la unidad además se estará contribuyendo a crear una “reserva ecológica”, pero si se encuentra por encima supone que los habitantes de ese lugar están consumiendo más de lo que les corresponde y eso significa que están agotando las reservas y/o que están utilizando recursos de otros lugares del planeta.
La huella ecológica es buen indicador si se quiere saber como es de sostenible una determinada población. Conociendo cual es la incidencia de una actuación sobre el medio, se puede valorar si realmente interesa realizarla o no, y el estudio de la huella ecológica como indicador ha avanzado mucho en los últimos años, permitiendo actualmente medir:
- La dependencia humana de la biosfera.
- La sostenibilidad del desarrollo humano.
Independientemente de los métodos de cálculo concretos que se usen para obtener la huella ecológica, hay una filosofía común según la cual hay que tener en cuenta los siguientes aspectos:
- Para producir se necesitan materias y energías procedentes de los sistemas ecológicos.
- Los residuos que generan las actividades humanas son devueltos a los ecosistemas naturales.
- Las infraestructuras que las comunidades humanas requieren para su desarrollo ocupan el espacio, reduciendo las áreas naturales que aportan recursos y a su vez asimilan desechos.
Finalmente, la huella ecológica como indicador tiene las siguientes ventajascuando se posee una base de datos completa del área donde se quiere hacer la medición:
- Es creíble, pues para su cálculo se pueden usar bases de datos de la administración, y muy fiable, hecha por técnicos especialistas.
- Es conservadora, se eliminan los datos especulativos.
- Es concisa y detallada.
- Es flexible y escalable, se adapta al análisis de cualquier forma de materia y energía.
B. HUELLA DE CARBONO
Como el lector sabrá, son numerosos los gases de origen antropogénico que contribuyen a producir el efecto invernadero. Entre ellos, el más conocido sin duda es el dióxido de carbono (CO2), que se ha convertido en el referente de la lucha contra el deterioro del medio ambiente desde 1997, tras la aparición del Protocolo de Kioto en la escena internacional.
Debido a la creciente preocupación por frenar el cambio climático, han sido muchas las medidas adoptadas (desde los mecanismos de desarrollo limpio hasta las repoblaciones de amplias zonas deforestadas) y entre estas iniciativas se ha elaborado un indicador que mide las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de las diferentes corporaciones y administraciones durante el desarrollo de su normal actividad, para cuantificar su contribución a la lucha contra el calentamiento global, y señalarlas como entidades socialmente responsables ante el público, lo que además sirve a los ciudadanos para desarrollar prácticas más sostenibles.
Este indicador se conoce con el nombre de huella de carbono y cuantifica las emisiones GEI, medidas en emisiones de CO2 equivalente, que son liberadas a la atmósfera debido al desarrollo de actividades cotidianas o a la comercialización de un producto.
Para conocer la huella de carbono que tiene la fabricación de un determinado bien o la prestación de un servicio concreto, habrá que analizar todas las etapas del ciclo de vida (desde la entrada de materias primas hasta la gestión de los desechos resultantes). Proporcionando al consumidor la información a cerca de cuanto CO2 equivalente se libera a la atmosfera en el proceso de producción, se facilita la elección del producto siempre y cuando la protección ambiental sea una prioridad para el usuario.
Si una organización desarrolla una actitud favorable a la protección de su entorno, la huella de carbono puede ser una etiqueta que le reporte beneficios a corto plazo, ya que atraerá al público más concienciado. Esto va a permitir poner en valor el esfuerzo para reducir la emisión de GEI, y a partir de ahí definir objetivos más ambiciosos, desarrollar políticas de reducción de emisiones más efectivas, promover iniciativas de ahorro de costes mejor dirigidas, etc. Además de un mejor conocimiento de los puntos críticos para la reducción de emisiones, que pueden ser responsabilidad directa de la organización o no (lo que determinará por ejemplo la elección de proveedores).
C. ANÁLISIS DE CICLO DE VIDA
Se trata de una herramienta más de evaluación de impacto ambiental, en este caso de aquel producto o servicio que pone a disposición de sus clientes una determinada organización, desde su inicio hasta el final.
Así, mide el impacto que potencialmente va a tener sobre el medio ambiente, un producto, proceso o actividad a lo largo de toda su vida útil. Ya que todos ellos tienen algo en común, para ejecutarse necesitan energía y recursos y como consecuencia de ello se producen rechazos y desechos. En términos económicos adaptados a la gestión medioambiental, a los primeros se les llama inputs (entradas) y a los segundos outputs (salidas), por lo que es importante conocer cuáles son y cuantificarlos, no sólo en términos ambientales, sino también económicos (de ello puede depender la viabilidad de la propia empresa).
El Análisis del Ciclo de Vida (ACV) trata de analizar un proceso productivo para incrementar su eficiencia, ya sea en la prestación de servicios o en la producción de bienes. Considerando cada una de las fases del proceso (los inputs y los outputs) para proponer mejoras que lo hagan más eficiente.
El ACV no evalúa riesgos, cuantifica la producción de desechos, vertidos o emisiones, pero el impacto que estos producen dependerá de cuándo, dónde y cómo se generen. Para ello existen otras herramientas como pueden ser:
- La Evaluación del Riesgo Ambiental.
- El Análisis Comparativo de Riesgos.
- La Gestión de la Reducción del Riesgo…