Introducción
El Optimismo es un término antiguo y moderno a la vez. Es un concepto demasiado manido y también demasiado desconocido, ya que a menudo conocemos de él más los mitos que le rodean que su auténtica esencia. Mucha es la bibliografía que habla directa o indirectamente sobre el optimismo y muchos son los prismas de observación. De hecho es como una encrucijada de caminos.
Se pueden considerar optimistas los libros de autoayuda de masas del “tú puedes cambiar tu vida”; o el “carpe diem” de muchas mentalidades actuales; o los ejemplos de lucha y superación en diferentes niveles: deportivos, médicos...; o también las estrategias de mejora y evaluación en las empresas que, cada vez con más frecuencia, reúnen a los empleados en casas rurales para trabajar habilidades de comunicación, liderazgo, rentabilidad..., todo bajo el mensaje de “somos una gran familia a la que sacaremos juntos adelante”; o incluso los diaporamas que los internautas envían en cadena por la red con mensajes del tipo “si tienes fe tu sueño se realizará”. Hay tantos enfoques del optimismo que se hace difícil establecer un axioma sobre el mismo. Todo el mundo sabe lo que es pero, seguramente, hay tantas concepciones como personas.
A juzgar por lo que a veces se entiende por optimismo, deberíamos curarnos de nuestras enfermedades, tener suerte en la vida, cumplir nuestros deseos... lo que sitúa a aquellos que tienen “reveses” duraderos en personas que los tienen porque no han creído con suficiente fe, o no han sido demasiado luchadores, o son débiles y no han podido superar los contratiempos. Y más, deberíamos ir por la vida siempre sonriendo...
El Optimismo no es eso. Está más ligado al recorrido que a las metas. Esta más unido al sentido que damos a la existencia que a lo que conseguimos, aunque a veces en el camino haya tristeza y tengamos que reconocer y vivir esa tristeza.
Que el Optimismo nos ha acompañado siempre es un hecho. Sin irnos muy lejos y sondeando nuestras raíces culturales nos encontramos con muchos refranes –auténtica sabiduría popular- que nos dan testimonio de esto:
- “A mal tiempo buena cara”.
- “Lo que no mata engorda”.
- “Después de la tempestad viene la calma”.
- “No hay mal que por bien no venga”.
- “Cuando una puerta se cierra otra se abre”.
- “El tiempo pone todo en su sitio”...
Además en nuestra cultura cristiano-occidental hemos crecido con la idea del valor de la esperanza que, para el común de las personas, sean religiosas o no, equivale a la creencia de que tenemos una meta o un final y de que el dolor no dura eternamente.