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Lección 12ª

 

 

 

 

 

   

El ser humano construye un puente entre él y el otro: la palabra. Cada una es parte de ese puente y donde faltan, donde sobran, donde se enciman, donde están por estar, ese puente deja de cumplir el objetivo. Las palabras nos sacuden, nos hieren, nos levantan, nos persiguen, nos iluminan y hay tanto poder en ellas que deberíamos usarlas no sin antes leer los efectos secundarios que producen. Deberían extenderse bajo receta.

Voy a transcribir un cuento mío, no sin antes cumplir con la promesa de comentar el poema de Benedetti, desde mí.

Me maravilla leer a alguien que se desembarazó de la medida, de las comas, de los puntos, para establecer su propio sistema, sobrevolando la verdad sin caer en la queja estéril. El broche final, el verso final es como una síntesis perfecta de todo lo que puntualizó anteriormente: el horror amanece.

Un poeta es alguien que puede ver lo mismo que vé cualquiera y decirlo de un modo único, usando la palabra como puente para ir de él hacia el otro. Y sacudirlo.

Si no entiendes lo que alguien escribe, si no te mueve nada, si te quedas preguntándote qué quiso decir, tal vez te hayas encontrado con alguien que sólo construye puentes que van desde él hacia él mismo.

El fusilamiento tiene que ver con esto.

-No vuelvas a decirlo-le amenacé- No vuelvas a decirlo-

Se quedó mirándome, hizo una mueca insignificante, absolutamente indescifrable y antes de que pudiera responderme nada, volví sobre el asunto:

-No vuelvas a decirlo nunca más-

Hubo un silencio que yo aproveché para llenar de humo y él aprovechó para llenar de nada. Hubo un montón de tiempo hueco: él sentado frente a mí y yo sentada frente al desafío.

En el bar, no sé, a mí me pareció que las horas no pasaban por allí. Pero comenzaron a apagar las luces y el camarero a acercarse con la cuenta, así que pudo haber pasado media hora o toda la noche. Pude haber encendido 3 cigarrillos o fumar un paquete entero. Entré en el destiempo, en un no saber ni querer saber. Sólo permanecer. Y quedé fotografíada.

Hubo que irse. Dios mío...hacia dónde y hacia qué!

Lo había acorralado, evidentemente. Lo había despojado de las palabras: al menos de las que tenía amontonadas para fusilarme. Y yo allí, asesinada por las palabras. Si no hubiera tenido la genial idea de desarmarlo de ellas. Habría caído en un interminable abismo que iba desde la cima de la esperanza hasta la destrucción fatal. Planeando como un avión, envuelta en llamas.

Íbamos mirando las baldosas de la vereda, como si pensáramos que debajo de ellas había un buen lugar donde meterse esa noche.

No sé cuántas calles anduvimos así, a la deriva. Es increíble cómo una deja de medir el tiempo y la distancia cuando el corazón se vuelve loco.

Yo al fin me detuve, le dí un beso en la mejilla, llamé un taxi y le dije hasta mañana.

Lo dejé inmóvil, clavado en una esquina, que se volvió nada desde la ventanilla del auto.

Llegué a casa, me desplomé en la cama y desperté al amanecer, con la ropa puesta y la cartera colgada del hombro.

Había sobrevivido.

Eso creí, hasta que de camino a la cocina, ví una carta asomando debajo de la puerta.

Sólo decía HE DEJADO DE AMARTE.

Si. Fui fusilada al amanecer.

No quiero terminar éste curso sin decirte lo que Amado Nervo escribió como introducción a uno de sus libros, aquellos que llenaron de poesía mi adolescencia: Si la sinceridad vale de algo en el arte, que ella me escude.

Y Dios quiera que éste tiempo que pasamos juntos, haya sido el inicio de ese puente maravilloso que está hecho de palabras.

El mundo comenzó con una. Y éste fue un Taller que intentó entregarte algunas herramientas sencillas y nobles, para que construyas tu propio puente.

Áma las palabras. Trátalas con cuidado, mira tu corazón, derrama tu alma y prueba tus alas.

Yo, Titina Castro, estaré aquí, en mi Taller, imaginando tu vuelo.

Y diciendo adios.