Una perspectiva histórica del momento actual
Vivimos tiempos difíciles. La llegada incomprensible de ciertos individuos a las más altas cotas de poder en muchos países del planeta así nos lo avisan.
No es la primera vez que la Historia trae tiempos convulsos. Es más, si contemplamos lo que ahora sucede desde una perspectiva histórica, se relativiza. Si observamos todos los acontecimientos "a vista de pájaro", como si toda la historia estuviera dibujada en una hoja de papel y nosotros fuéramos sus espectadores, no nos sorprendería lo que está pasando.
Pero estamos dentro y lo sufrimos. Todos nosotros, "gente de a pie", formamos parte de esa "intrahistoria" que deambula a lo largo de los tiempos: somos el sustrato anónimo que soporta el momento presente. Tememos por los nuestros ante las incertidumbres que los acontecimientos plantean y nos dejamos invadir por el sentimiento de miedo ante lo que está por llegar.
No sé si esta época es más problemática que otras. Yo creo que no.
No me quiero situar en los tiempos en los que Hitler llegó al poder (desgraciadamente similares en algunos aspectos a los que ahora vivimos). Me viene más bien a la cabeza la crisis de la civilización romana (gestada a partir del siglo III dC.) y la consiguiente "barbarización" de Europa Occidental. Se produjo entonces un proceso de disgregación de un mundo unificado por el Imperio Romano y apareció una multiplicidad de reinos -grandes algunos como el de Carlomagno y menores otros- que cristalizarían en el Feudalismo.
Salvando todas las diferencias, creo que se nos avecina algo similar en un aspecto: el de la citada "barbarización" de un mundo civilizado. El término no es gratuito. Con él quiero expresar primero que el mundo puede que se convierta en algo parecido a un collage de estados aislados de fronteras cerradas. En segundo lugar, quiero expresar mi temor a que sea más bélico y menos culto.
Aún en ese escenario medievalizado, se supo conservar el legado cultural, por un lado, y por otro se defendieron valores objetivos e incuestionables para la sociedad de su tiempo. La conservación del legado cultural se hizo gracias al trabajo de monjes anónimos, enmarcados en colectividades religiosas, y de las iniciativas, más conocidas, en algunas cortes reales. La defensa de los valores de la época se consiguió a través del compromiso a la hora de escoger causas a las que dedicar la vida entera.
Quizá esto nos aporte luz para saber cómo tenemos que afrontar los avatares que a nosotros nos ha tocado vivir. Quizá entonces podamos dejar de lamentarnos y no ceder al desánimo y la tristeza que a muchos nos ha invadido últimamente.
En primer lugar, mantengamos viva la llama de la Cultura. Acerquémonos con humildad a la Historia y aprendamos de ella. Cultivemos el espíritu y no los instintos más primarios que nos alejan de nuestra radical esencia como seres humanos.
En segundo lugar, escojamos bien nuestras causas para saber a qué tenemos que sacrificar nuestra vida. Frente a las actuales y virtuales causas absurdas, cuestionables o directamente indefendibles, elijamos la causa que más nos comprometa con las futuras generaciones. Nuestra cruzada hoy puede ser la de la decencia frente a la indecencia, la del conocimiento y la humildad frente a la oscuridad de la ignorancia y la soberbia.
¡Cuidado! El enemigo se disfraza de apertura, tolerancia y democracia. Pero no es lo que parece. Se nos mete sin darnos cuenta en nuestra casa. Y llega a provocar que nuestras acciones cotidianas se parezcan en esencia a lo que vemos en los medios de comunicación.
Hay que tomar partido. Estamos en guerra.